miércoles, 24 de abril de 2013

El Puente


 
¿Cuántos de nosotros hemos presumido ante nuestros amigos forasteros, durante nuestra niñez y siendo ya no tan niños, de tener en nuestro pueblo, nada más ni nada menos que “un puente romano”? Pues siento desencantaros pero ni es romano ni jamás lo fue, como vamos a comprobar.


 Nuestro querido y maltratado puente se construyó en el período conocido como la Década Moderada del reinado de Isabel II, aproximadamente en el año 1852, después de que su predecesor (sí, efectivamente, hubo otro puente antes), sufriese dos sabotajes en un breve período de tiempo durante la Guerra de la Independencia, que finalmente acabaron por dejarlo inservible.

Pero aquel primer puente del que se tiene constancia documental no se ubicaba exactamente en el mismo lugar que el actual, sino que se encontraba a unos 40 metros río arriba, como demuestra uno de sus estribos que aún se puede observar en la margen izquierda. De esta manera, su trazado lo unía directamente con la Calle Mayor, dando además continuidad al nombre de la calle a la que se unía con el suyo propio, ya que se conocía como Puente Mayor.
En lo que a mí respecta, ahora he encontrado la respuesta a una pregunta que siempre me he hecho cuando he observado el escudo de armas de Tudela, ¿por qué el puente que aparece en este escudo no se parece al que realmente tenemos? Es evidente que el puente medieval, alomado en el centro, que está representado en el tercio inferior de nuestro escudo, es aquel viejo Puente Mayor, de unos cuatro metros de anchura de calzada y de 21 metros de largo. Atendiendo a las proporciones utilizadas en la construcción de los puentes de aquella época, podemos saber que su arco principal tenía unos 7 metros de luz y que debía de tener 3 o 5 arcos, aunque si miramos de nuevo a nuestro escudo, parece que el número 5 cobra fuerza.

La referencia escrita más antigua del Puente Mayor la podemos encontrar en nuestra Biblioteca Municipal, tal y como reflejaba J. A. Sánchez en la publicación de CALLE MAYOR del mes de abril de 2011. Concretamente aparece en el catastro del Marqués de la Ensenada. Dicha cita dice así: “…El Señor Rey Don Fernando Tercero El Santo, el 26 de enero de 1220, da dos partes del derecho de pontazgo a la Santa Iglesia Catedral de Valladolid y una parte que poseería el convento de San Pablo de dicha ciudad…
Permitidme la licencia de decir aquí que, casualidades de la vida, la fecha referida en la cita coincide con la del nacimiento, muchos siglos después, de la persona que me pidió que escribiera sobre nuestro puente en este blog. ¿Será verdad que todo en este mundo está interconectado de alguna manera?

Volviendo al hilo de la cuestión, la mencionada referencia nos indica que las ganancias que generó el cobro de una pequeña cantidad de dinero por el paso de nuestro viejo puente, habrían servido para pagar la piedra de la Catedral y del convento de San Pablo de Valladolid.
Este Puente Mayor, ya olvidado y nunca valorado, estuvo en servicio para el paso del río Duero de personas, animales y vehículos durante más de 600 años, ya que tendría su final en los sucesos que se desencadenaron durante los años de la Guerra de la Independencia (1808 – 1814).

Más en concreto, el Puente Mayor es saboteado por tropas españolas durante los primeros compases de la invasión del ejército napoleónico, rompiendo su arco principal en un intento por dificultar el paso de las fuerzas francesas hacia el interior e impedir así las pretensiones expansionistas de Napoleón Bonaparte en España.
En este punto cobra protagonismo para Tudela la persona del General de División francés Kellerman: Françoise Stephane de Kellerman fue una de las figuras destacadas de la ocupación francesa. Inicialmente formó parte del ejército que mandó el Mariscal de Campo Junot en la ocupación de Portugal y, a partir del mes de octubre de 1808,  finalizadas las jornadas portuguesas, dirigió las acciones del Norte de España al mando del Ejército de Reserva francés, participando en la batalla de Gamonal (10 noviembre de 1808), campaña del Principado de Asturias, provincia de León y alrededores. Este General fue la autoridad encargada de firmar, en marzo de 1810, la orden de reconstrucción del arco principal del puente. Por aquel entonces reinaba en España José Bonaparte I.

Pero a los tudelanos no les salió gratis la reparación, sino que Tudela tuvo que pagar 3000 cántaras de vino, a razón de 15 reales la cántara, por las dos terceras partes del monto total del arreglo del puente. Luego, en el año 1810, la reparación del puente costó, en total, unos 67.500 reales, de los que 45.000 fueron aportados por el pueblo.
Lo anterior nos muestra un detalle interesante: la economía y la producción agrícola de Tudela, en aquellos momentos, estaba en la producción del vino, pudiendo ser empleada su riqueza como impuesto para hacer frente a los enormes gastos de la guerra.

Posteriormente, en la Batalla de Arapiles, al sur de la ciudad de Salamanca, el 22 de julio de 1812, las tropas anglo- hispano- portuguesas, al mando del general Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, derrotarán a los franceses. Como consecuencia de ello, las tropas de Wellington abanzaron libremente por el valle del Duero. Para tratar de impedirlo, el Mariscal al frente de las tropas francesas en la citada batalla, Augusto Marmont, es quien ahora destruye el Puente Mayor en su retirada, para tratar de evitar el paso por Tudela de las tropas inglesas.
Éste debió de ser el final del Puente Mayor. Pero aún así no se resignaba a dejar de servir a los tudelanos como lo había hecho por más de seis siglos y, a pesar de estar demasiado afectado en su estructura, aguantó durante 40 años más, con remiendos y viguerías de madera entre sus pilas, hasta que se decidió la ejecución del puente que ahora tenemos.

Nuestro actual puente ya no es el puente alomado en el centro de época medieval. Este puente es mucho más ancho y es de tablero plano, lo que técnicamente supone que se cimbran sus 5 arcos y se construyen todos al mismo tiempo.
El nuevo puente se construye en piedra caliza del páramo con sillares regulares unidos con mortero de cal y arena, haciendo de él uno de los puentes con más gracia y belleza con que cuenta la provincia de Valladolid.

Como detalle que pocos tudelanos conocen, en el puente hay una piedra que contiene una inscripción. La piedra se encuentra, a unos 2,50 metros de altura, en el muro que baja hasta la margen derecha del rio desde la desembocadura del puente hacia el centro del pueblo. Los antiguos scouts de Tudela lo conocemos bien por haber hecho rapel en esa pared hace muchos años. ¡Para habernos matado!.



Como se puede ver en la imagen, la inscripción dice “FEBo 18 DE 1855” que bien puede ser la fecha en que finalizaron las obras de su construcción.

Sobre este puente pasaba la antigua carretera Nacional 122, Valladolid- Soria, hasta que, con la construcción de la nueva autovía, el puente dejó de tener tanta intensidad de tráfico, quedando exclusivamente para el servicio de la población de Tudela y los pueblos colindantes como La Parrilla y Montemayor, que vienen a Tudela o pasan de camino hacia Valladolid, así como para el paso de los propios vecinos de Tudela que, debido a la importante expansión urbanística de los pasados años, se han afincado en la margen izquierda del rio.

El paso del tiempo ha querido dejar también su huella en esta magnifica obra, marcándole con algunas cicatrices y daños que, si bien no parecen ser de considerable importancia, bien justifican ya la necesidad de proporcionarle algunos cuidados que mantengan la belleza de este bien cultural propiedad de todos.
Y es que el acceso al puente desde el centro del pueblo se realiza mediante una pronunciada curva a izquierdas que, si bien no debe presentar ningún problema si se respetan las velocidades adecuadas, en varias ocasiones ha “lanzado” a los vehículos que la toman indebidamente, materialmente por la tangente. Así, hacia los años 60 - 70, un camión que salía de Tudela en dirección a Soria, al tomar esta curva colisionó contra el pretil. La solidez del mismo evitó que el camión cayera al Duero, pero no así unos siete metros de pretil, justo a la altura del molino. En otra ocasión, concretamente el día 14 de agosto de 2011, primer día de las fiestas patronales, un coche tomó la misma vía recta, tirando de nuevo al rio cuatro de las piedras del petril en la misma zona. En este caso el ayuntamiento tuvo que ponerse manos a la obra rapidamente para tapar el hueco creado ya que, pocas horas después debía dar comienzo uno de los tradicionales encierros de toros. Gracias a la destreza de algunos buceadores voluntarios del Grupo de Salvamento y Rescate de Castilla y León, entre los que se encuentra mi buen amigo Joaquín, aquellas piedras fueron recuperadas del lecho del Duero y hoy ocupan de nuevo su lugar en el puente (imagino que muertas de miedo cada vez que un coche traza esa curva). Como curiosidad podemos añadir que, además de multiples y variados objetos extraidos del fondo del rio, junto a las piedras, se encontraron dos balas que estaban ubicadas en el hueco de una de ellas.

Como bien atestiguaba J. A. Sánchez en el documento ya referido, desde 1997, una dovela del arco central aguas arriba, se ha ido descolgando lentamente y en este momento ya asoma unos 25 centímetros, como refleja la fotografía. Y, a simple vista, desde el mismo puente, podemos comprobar como la línea superior del pretil, que tendría que ser una línea horizontal, vaguea hacia abajo en el centro del puente. Esto demuestra que todo el arco central del puente se está moviendo muy lentamente.
Las aceras de piedra son testigos de las huellas de todos los tudelanos presentes y pasados. Hoy aparecen gastadas y pulimentadas, reflejando el amplio uso y servicio que nuestro puente nos ha dado durante casi 160 años. Pero tambén se han vuelto peligrosas, sobre todo en invierno, ya que se han vuelto resbaladizas e irregulares, propicias por tanto al tropezón o el desliz. También son peligrosas por su estrechez, que impide que dos personas se crucen sin invadir la transitada calzada y hacen prohibitivo su uso para cochecitos de bebes o para sillas de personas con dificultades de movilidad.
 
Por todo ello, la construcción de un nuevo puente es un asunto recurrente al que se alude constantemente en las tertulias tudelanas. Muchas han sido las ideas aportadas por unos y por otros: construir un puente nuevo en alguna zona que posibilite despejar de trafico a nuestro viejo amigo, construir una pasarela pegada al puente para separar el tráfico rodado de los peatones, etc…La solución no parece fácil dados los condicionantes económicos, pero lo que si parece evidente es que ya no podremos volver a decir aquello de que “habrá que esperar a que vuelvan a invadirnos los romanos para que se construya un puente nuevo”. Así que más vale que pongamos las manos a la obra y nos lo vayamos haciendo nosotros mismos.
 

sábado, 16 de febrero de 2013

Origen de la Mambla y la Cuchilla


Es difícil de imaginar, pero el suelo que hoy pisamos fue, durante la Era Cenozoica, (hace entre 65 y 2 millones de años), el fondo de una enorme cuenca endorreica, es decir, un grandísimo lago o mar interior.
Para que nos hagamos a la idea de lo anterior, tenemos que saber que la salida natural que el río Duero tiene hacia el Océano Atlántico a través de Portugal, no existía en aquella época. Si estudiamos la actual cuenca del Duero podemos comprobar que tiene forma de “enorme bañera”, cuyas paredes están formadas por: la Cordillera Cantábrica al Norte, el Sistema Ibérico al Este, el Sistema Central al Sur y el Macizo Ibérico o estribaciones de los Montes de León, al Oeste. Por tanto, podemos imaginar que su límite o “tapón” en esta última dirección se encontraba en la zona de los actuales Arribes del Duero, al oeste de la provincia de Zamora. Es fácil imaginarlo si comprobamos que, en ese punto, el perfil del río desciende bruscamente unos 400 metros en escasos 100 kilómetros (4m/km), constituyendo un auténtico desagüe natural.
En definitiva, toda el agua que descendía de las cumbres que conforman esta bañera, así como todas las precipitaciones que caían en los aproximadamente 79.000 Km2 que ocuparía en aquellos momentos, quedaba embalsada sin salida posible.
Y esto fue así durante millones de años, en los cuales se produjo una importante afluencia de sedimentos a dicha cuenca, procedentes de las montañas circundantes y que hoy tienen su reflejo en los diferentes estratos apreciables especialmente en las laderas de nuestros páramos.
El motivo de la apertura del desagüe aún no está claro. Hoy en día se barajan dos hipótesis principales que desechan la opción de una apertura provocada por movimientos sísmicos, dado que el período en que se produjo no se caracteriza por una importante actividad tectónica.
La primera opción pasa por lo que se denomina una captura fluvial desde el Atlántico, lo que significa que se habría producido una erosión ascendente en la cara oeste del tapón, provocada por las escorrentías fluviales desde esa zona hacia el Océano.
La segunda posibilidad y la que cuenta con más seguidores, es la de un rebosamiento del nivel de la cuenca provocado por un período climático especialmente húmedo, ayudado por la elevación del fondo de la cuenca debido a la acumulación de material sedimentario en la misma. Este rebosamiento habría erosionado el terreno por el que el agua descendía rápidamente, hasta dar forma al actual cauce del río.
Una vez abierto el tapón y a medida que el agua iba lentamente cortando la roca, dibujando el cauce a través de los cañones que hoy nos muestran el espectáculo incomparable de los Arribes, la cuenca iba poco a poco vaciándose, dejando al descubierto un fondo formado a base de materiales aportados por los ríos que en ella desembocaban, como si de un mar se tratara.
La acumulación de aquellos sedimentos en la parte baja de la cuenca constituyó la actual meseta castellana, en cuyo centro se encuentra la provincia de Valladolid y que, simplificando al máximo, no deja de ser un enorme montón de tierra arrastrada por las aguas, depositada en el fondo de un lago y desecada posteriormente.
Aquella aportación de materiales se refleja hoy en la estructura y composición de nuestros suelos que, si hacemos un corte vertical, nos dejan ver el paso de los milenios, de manera que su estructura es la que muestra el cuadro adjunto:

Mill. años
Era
Período
Época
Sustrato
0-hoy
 
 
 
 
0
2,5 a.C.
Cenozoica
Cuaternario
 
Terrazas
Mantos eólicos y dunas
2,5 a. C.
5,3 a. C.
Terciario
Neógeno
Plioceno
Calizas de los páramos
5,3 a. C.
 
 
 
 
23,5 a. C.
Mioceno
Superior
Arcillas verdes y yesos
Medio
Areniscas, limos y arcillas pardas
Inferior
Conglomerados, arenas y arcillas
23,5 a. C.
 
 
 
34 a. C.
Paleógeno
Oligoceno
Conglomerados y areniscas

 A medida que la lámina de agua del gran lago descendía, los ríos se iban adueñando del centro de la cuenca, cortando esa enorme masa de sedimentos como un cuchillo caliente corta la mantequilla. De esta forma fueron dibujando con sus cauces surcos en este suelo, erosionándolo con más facilidad en aquellas zonas de menor dureza, evitando las grandes masas de rocas calizas hasta dibujar el perfil típico que hoy vemos en la meseta y, especialmente, en el sur de Palencia y en la provincia de Valladolid.
Este perfil orográfico se caracteriza por extensos páramos, formando líneas paralelas, de similar altura y cuya capa superior es, normalmente, una enorme losa de piedra caliza y, entre páramo y páramo, valles surcados por arroyos, riachuelos y ríos que dibujan un perfil como el que muestra la figura:
 
Y es precisamente en esos valles donde, al resistirse a la erosión alguna roca caliza aislada, ha protegido los sedimentos más blandos que tenía debajo, haciendo que las aguas se desviasen y dejaran una isla de tierra en medio del valle.
Por eso nuestra geografía está llena de lo que se denominan cerros testigo, como son los casos del Cerro de San Cristóbal en La Cistérniga, el Cerro de San Torcaz al norte de Renedo, el famoso Cerro del Otero en Palencia o los que nos ocupan, las cotas de La Mambla y La Cuchilla.
Si nos fijamos, todos ellos tienen elementos comunes: Primero, todos tienen una altura similar y que se corresponde con la de los páramos de la zona. Esto nos da idea de que, antes de que los ríos erosionasen esos valles, todo era una masa uniforme de tierra sedimentada. Segundo, todos tienen en su parte superior una capa de roca caliza que sirve de “sombrero” a la cota, aunque en ocasiones está muy desgastada ya o se encuentra tapada por un manto de tierra arrastrada por el viento. Tercero, debajo de esa capa se encuentran los estratos definidos anteriormente de yesos, arcillas y areniscas.
Por tanto, nuestras queridas y omnipresentes Mambla y Cuchilla, fueron capaces de resistir el envite de las aguas hasta que éstas se desviaron hacia un cauce más blando, y hoy muestran en sus laderas los estratos depositados durante unos 60 millones de años.
Por último, la forma característica de estas cotas ha hecho que, a lo largo de la geografía española, hayan recibido muchas veces nombres relativos a su semejanza con los senos femeninos. De hecho, el nombre de Mambla viene del latín: Mambula, mamma, mientras que, según la tradición oral, la Cuchilla debe su nombre a su forma horizontal y alargada que, desde el pueblo de Tudela, la asemeja a ese elemento cortante.

jueves, 31 de enero de 2013

El dìa de la cuesta de La Parrilla


Fuente: Facebook
La tradición marca que cada día 5 de febrero (día de las Águedas) se celebra también, en Tudela de Duero, "La subida a la cuesta de La Parrilla" o “El día de la Cuesta”. Los datos que a continuación aporto sobre la fecha de su origen, motivo y actividades que se realizan, son fruto de las respuestas de los más mayores, casi la única fuente de la que poder beber para apagar la sed de conocimiento en este aspecto y poder dar respuesta a la inquietud de mi amiga Marta (La Parrillana).
Muchas de nuestras tradiciones tienen un origen desconocido o, al menos, no documentado. Esto hace que sea el “boca a boca” el único elemento transmisor de dichas costumbres y de los motivos por los que, año tras año, las celebramos. El hecho de que no existan pruebas escritas de su inicio, en ocasiones  genera contradicciones ya que, como bien sabemos, de lo que dice el primero a lo que escucha el último….

Pero no todo necesita obligatoriamente de un “decreto” para realizarse. Por ejemplo ¿Cuál fue el origen de la famosa “mojada” de las fiestas de Tudela? Los más jóvenes pueden decir que fue porque el Ayuntamiento la estableció en el programa de fiestas, pero muchos de vosotros sabéis que su inicio nada tiene que ver con un acto formal, ni con un acuerdo para su celebración. Su comienzo, al igual que probablemente el del Día de la Cuesta de La Parrilla, está en un día en el que, por casualidad, se reúne una gente con ganas de pasarlo bien y, al hacerlo, generan las ganas de repetirlo al año siguiente y, sin saber muy bien porqué, más gente se une a la celebración, hasta que, sin darnos cuenta, se convierte en tradición.
Pero, evidentemente, siempre hay un detonante, por mínimo o absurdo que sea. En el caso de la tradición que nos ocupa, la razón primera para que haya un grupo de gente que se reúna es la celebración, en La Parrilla, de las fiestas patronales en honor a San Francisco de San Miguel. Como después explicaré, este motivo no es ni mínimo, ni absurdo, aunque hay que reconocer que no existe una relación directa entre la celebración religiosa en sí y la fiesta en que se ha convertido la subida a La Parrilla, sino que, más bien, una cosa generó la otra por casualidad. Tanto es así que mucha gente hoy desconoce que hubiese una relación en origen y lo ve como celebraciones independientes.

Como un poco de Historia nunca está de más, permitidme ahora hacer un alto en este punto  y remontarme al siglo XVI, para rememorar la figura de San Francisco de San Miguel, hijo de La Parrilla y, en cuyo honor se celebran las fiestas que  dieron origen a esta tradición:
Francisco de Andrada y Arco, hijo de Francisco de Andrada (o Andrade) y Clara de Arco, una pareja parrillana de labradores, fue bautizado el 15 de noviembre de 1545 (la fecha de nacimiento se desconoce, aunque en aquella época se solía bautizar a los niños el mismo día del nacimiento o, como mucho, dos o tres días después).
A finales de septiembre de 1566 tomó el hábito en el convento vallisoletano de San Francisco y, al año siguiente hizo Profesión en la Orden de los Hermanos Menores, recibiendo el nombre de Francisco de San Miguel, adoptando este nombre “de San Miguel” probablemente por el día en que profesó, el 29 de septiembre.
Tras ser trasladado, a petición propia, al Convento del Abrojo (Laguna de Duero), pronto se dio a conocer en los pueblos de la comarca, como Boecillo, Aldeamayor de San Martín, Laguna de Duero, Tudela de Duero, La Parrilla (evidentemente), Viana de Cega, La Cistérniga, Puente Duero y otros cercanos al Convento, ya que habitualmente los recorría para pedir a favor de los necesitados, haciéndose querer en todos ellos.
Su espíritu inquieto le hizo embarcar el 16 de junio de 1581 en Sevilla, rumbo a México, donde estuvo hasta que, en 1584, viajó a Manila (Filipinas) ciudad que había sido incorporada a la Corona española solo 13 años antes.
En julio del año 1594, fray Francisco de San Miguel, o de La Parrilla, como también era conocido, llegó a Japón acompañando a fray Pedro Bautista, recién nombrado embajador de España en aquel remoto país. Pero el emperador japonés Taikosama había cambiado su política favorable al cristianismo por una persecución que terminó, el 9 de diciembre de 1596, con el apresamiento de los misioneros, entre ellos fray Francisco de San Miguel.
Tras varios días de estar encarcelados en durísimas condiciones (recordemos que estamos en el Japón del siglo XVI) y tras cortarles la mitad de la oreja izquierda a cada uno de ellos, se les obligó a recorrer, a pie, a caballo y en barco, en mitad de un crudo invierno, los cerca de 800 kilómetros que separaban las ciudades de Meako y Nagasaki. Una vez allí, a las diez de la mañana del miércoles 5 de Febrero de 1.597, fueron crucificados, quedando los misioneros sujetos a la cruz por medio de cinco anillos de hierro, que les aprisionan las manos, los pies y el cuello. La muerte en la crucifixión japonesa se producía con dos lanzas que, entrando por los costados, se cruzaban en el pecho y salían por los hombros. De ahí la imagen de San Francisco de San Miguel que hoy podemos contemplar en su ermita de La Parrilla.
En 1616, siendo Pontífice Pablo V, a instancia de la Orden Franciscana, se inicia el proceso de beatificación de los Mártires de Nagasaki de 1597, dicho proceso culminó el 14 y 15 de septiembre de 1627 con la Ceremonia de Beatificación presidida por el Papa Urbano VIII celebrada en la basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Finalmente, el 8 de junio de 1862 Francisco de San Miguel o de La Parrilla, fue canonizado por el Papa Pío IX, pasando a ser San Francisco de San Miguel. Por eso, el 8 de junio de cada año los parrillanos celebran las segundas fiestas patronales en honor a su Santo Patrón o, como ellos le consideran, su Hermano. El pasado año 2012 se celebraron los 150 años de la canonización.
Pues bien, dada la estrecha relación que siempre ha habido entre las gentes de La Parrilla y Tudela de Duero, con habituales lazos familiares, desde tiempos inmemoriales los tudelanos han acudido a La Parrilla para disfrutar de las fiestas celebradas para conmemorar el aniversario de la crucifixión de San Francisco de San Miguel, ocurrida, como acabamos de ver,  el día 5 de febrero de 1597.
Luego, el motivo por el que cada año los tudelanos se desplazaban por la ruta entre ambos pueblos parece claro. Ahora nos queda definir el motivo por el que comenzaron a reunirse en los pinares de la cuesta para merendar. Para ello necesitamos algún dato más:

La inmensa mayoría de los preguntados calculan que la tradición tiene en torno a cien años. Además, tenemos la referencia escrita de las crónicas de Javier Fernández, reportero bien conocido por los tudelanos por ser el responsable de las noticias sobre nuestro pueblo que aparecen en el Norte de Castilla y, sobre todo, por ser el encargado de mantener al día la página web de “Soy de Tudela”. Concretamente, en el artículo aparecido en la edición digital de El Norte de Castilla (nortecastilla.es) del día 6 de febrero de 2006, hacía referencia a “la tradicional subida a La Parrilla, una celebración que cuenta con cerca de cien años de existencia”. Posteriormente, el día 5 de febrero de 2012, publicaba en “Soy de Tudela” una reseña relativa a esta “jornada especial cuya celebración se remonta a más de un centenar de años en la localidad”.
Luego, con mucha seguridad, esta celebración tuvo su origen entre los años 1907 y 1911. Como además, no parece haber un acontecimiento determinado que motivase su celebración, lo más probable es que fuese poco a poco, precisamente durante esos años, afianzándose año tras año, pasando de mera repetición de una reunión de amigos a constituirse en una fiesta esperada por todos.

Por otro lado, cualquier conocedor del clima de nuestra tierra sabe que un 5 de febrero vallisoletano suele ser un día de mucho frío. Si además nos ubicamos mentalmente en la primera década del siglo pasado podemos imaginar que el trayecto lo hacían a pie o, como mucho, en carro o en burro, ya que los caballos estaban reservados para los más ricos. Trayecto que en la actualidad se recorre por una carretera de unos 7,5 kilómetros pero que, entonces,  discurría por un camino empedrado, algo más largo y difícil de transitar que, además, debía superar el desnivel de las laderas del páramo.
Por tanto, podemos suponer que era necesario un alto en el camino para recuperar el resuello, probablemente a media cuesta o próximo a su cima, aún a cubierto de los gélidos vientos que suelen barrer la plana superficie de las tierras que rodean a La Parrilla.

Otro dato que puede ayudar a motivar la necesidad de parar y comer es el hecho de que, en Tudela, no era día festivo. Por tanto, los tudelanos debían trabajar y atender a sus labores, al menos por la mañana. Si así lo hacían, no podían perder un minuto comiendo en sus casas, porque recordemos que en el año 1907 se mantenía el horario solar y, de acuerdo a él, el 5 de febrero el sol se ponía a las 17:38 horas. Luego, es de suponer que pretendían ponerse en camino cuanto antes y aprovechar la parada del descanso en la cuesta para comer.
Lo anterior nos lleva a otro punto interesante, ¿Por qué se comía tortilla? Si ese bocadillo iba a sustituir a una comida y pretendía dar fuerzas para la caminata y la posterior fiesta, no podía ser simplemente embutido, necesitaba ser algo más consistente. La tortilla, además, puede prepararse antes y no es necesario perder tiempo antes de salir. Pero, sobre todo ¿qué hay mejor que una tortilla para llevar como bocadillo y comer sentado debajo de un pino? Pues eso… ¿y por qué de chorizo? Podemos pesar que a primeros de febrero, los chorizos de las matanzas que se hacían en gran parte de los hogares ya estaban curados y absolutamente apetecibles. Luego, la tortilla preparada para una ocasión tan significativa como esa, bien merecía ser alegrada con un trozo de esos primeros chorizos caseros.

El otro ingrediente destacable de la merienda tradicional es la naranja. Si volvemos a ponernos en situación, hace un siglo no existían las cámaras frigoríficas que conservasen las frutas fuera de temporada, ni se disponía de aviones que pudiesen traerlas desde lejanos países para ser consumidas durante el invierno castellano. La fruta típica de estas fechas en España es la naranja y, algo menos, la mandarina. Siguiendo este razonamiento es fácil pensar que se comía naranja porque no había otra cosa, a pesar de que, probablemente, era casi un artículo de lujo. Pero la ocasión bien lo merecía.
Finalmente nos queda la famosa cachava de caramelo. En este caso, todo apunta a que este elemento se incorporó con posterioridad a la tradicional merienda. Es probable que inicialmente fuesen simplemente caramelos, llevados por casualidad. Con el afianzamiento de la romería, con toda seguridad que alguno de los reposteros de Tudela, Guijarro abre sus puertas en 1924, tuvo la idea de hacer un dulce especial para la ocasión y pensó en copiar uno de los símbolos de los caminantes castellanos, la cachava. Unía así al dulce el valor simbólico que lo identificaba con una tradición en concreto, asegurándose un éxito, y por tanto unas ventas, que se repetían y crecían año tras año (ya existía el marketing).

De igual manera tuvo su origen el famoso pan en forma de media luna. A la vista de la cantidad de gente que cada año repetía la tradición, algún panadero local pensó en sacarle partido e ideó un pan en el que el ingrediente principal de la merienda, la tortilla, cupiese a la perfección. Creo que no es necesario explicar la forma que tiene media tortilla. Desde entonces, el pan de media luna se confecciona cada 5 de febrero en las panaderías tudelanas, y en las de algún pueblo de los alrededores, para que nuestras suculentas tortillas tengan su mejor cama.
Poco a poco la tradición fue pasando de su origen como avituallamiento a mitad del camino hasta La Parrilla, a convertirse en motivo único de celebración, desligándose de la fiesta parrillana. Muchas veces porque la dureza de la cuesta, acompañada de la meteorología, hacía que la mayoría de los paseantes se quedaran en el medio del camino y al atardecer volvieran a Tudela en vez de llegar hasta La Parrilla, donde sus vecinos celebraban la fiesta. La realidad es que, finalmente, muchos ya solo tenían como meta la merienda y la propia fiesta que se organizaba a su alrededor en las propias laderas de la cuesta de La Parrilla. De ahí que muchos ya solo la conozcan por el “Día de la Cuesta”.
No obstante, siempre se ha mantenido como una fecha esperada en el calendario, especialmente por los más jóvenes que veían en ella un motivo para “recortar las clases,” ya que, cuando antes todos los colegios de Tudela tenían jornada de tarde, esa tarde no había clase y todos iban a celebrar la subida de la cuesta de La Parrilla.
Al igual que la Historia se hace viviéndola, las tradiciones se construyen y se mantienen por el propio fluir de la vida de los pueblos y de sus gentes. Por tanto, que ésta y otras tradiciones de nuestro pueblo se mantengan depende únicamente de la voluntad de los tudelanos de seguir reuniéndonos, con cualquier pretexto, para disfrutar los unos con los otros, enseñar a nuestros hijos su pasado y, en definitiva, seguir haciendo “Pueblo”.

viernes, 18 de enero de 2013

Los primeros tudelanos

Antes de la llegada de los ya famosos vácceos, ya tenemos constancia de asentamientos prehistóricos en el entorno de la Mambla y la Cuchilla (menudo ambiente debía de haber por allí).
 
Los restos hallados (hachas pulimentadas, buriles y raederas, así como fragmentos de cerámica hecha de una pasta negra con decoración rudimentaria) apuntan a que, probablemente, los primeros tudelanos pudieron ser un pequeño grupo de humanos que se asentaron durante el Neolítico, de forma más o menos estable, aprovechando las ventajas defensivas de nuestras famosas cotas. En ellas encontraron un punto elevado con una excelente visión sobre un entorno que, a buen seguro, no era tan amigable como lo es hoy.
Pero, centrémonos primero en hacernos una idea del momento del que hablamos:



El neolítico se sitúa al final de la Edad de Piedra y se caracteriza por el inicio del conocimiento y uso de la agricultura y la ganadería, junto al empleo de piedras pulimentadas que servían como herramientas menos toscas que las empleadas anteriormente.
Se cree que el neolítico se expandió por el interior peninsular y, por tanto, por la Meseta Norte, hacia el año 4000 a.C, aunque se considera que el asentamiento tudelano puede datar del año 2000 a, C. Por lo tanto, podríamos poner esa fecha como momento en el que el primer tudelano se asentó en estas tierras y, si lo considerásemos como válido, entonces Tudela tendría hoy unos... ¡4000 años!
Para hacernos una idea de los peligros que nuestros antepasados trataban de evitar estableciéndose en cotas altas, echemos un vistazo a lo que había a su alrededor:

La Mambla y la Cuchilla, hoy algo verdes gracias a la repoblación de décadas pasadas, sobresalían del manto frondoso de un bosque rico en flora y fauna, gracias a las fértiles tierras de la vega del Duero. Este bosque ofrecía abundante caza y frutos que recolectar, pero también era cobijo de peligrosas manadas de lobos que perseguían la misma caza que los humanos…cuando no a ellos mismos. El otro peligroso habitante de estos bosques era el oso, hoy desaparecido de nuestras tierras, pero nada extraño en aquellos tiempos.
El otro aspecto destacable del entorno es la riqueza y productividad de estas tierras que, a pesar de que en ese período no debía de haber mucha gente por la zona, atraían a muchos grupos de humanos, que buscaban un territorio en el que establecerse para aprovechar los incipientes conocimientos agrícolas. Esto, como nos podemos imaginar, representaba una amenaza para los primeros “tudelanos”, que se veían obligados a defender su pequeño territorio. Además, las dos famosas cotas eran, y son, referencia clara para los nómadas, por lo que no era extraño que pasaran cerca de ellas y, de paso, aprovechaban cualquier oportunidad para “recolectar” lo que podían.

Por tanto, podemos suponer que su forma de vida se basaba en un pequeño poblado situado en las faldas de la Mambla y la Cuchilla, aprovechando el abrigo del bosque y la protección y visibilidad de las alturas. Desde este emplazamiento comenzaron a cultivar pequeñas zonas de terreno, a la vez que cuidaban de un ganado compuesto principalmente por cabras, sin olvidar la recolección y la caza, aprovechando la riqueza de un entorno privilegiado.

En definitiva, tampoco hemos cambiado tanto. Únicamente hemos abandonado las zonas elevadas para acercarnos a nuestro acogedor río y, eso sí, hemos acabado con los bosques que rodeaban a nuestras famosas “montañas”.
Quiero llamar ahora la atención sobre una curiosidad. El uso de la miel era habitual en aquella época, ya que era el único alimento dulce conocido. En algún momento, restos de una mezcla de miel y agua, dejada por casualidad, sufrió una fermentación alcohólica, perdiendo toda o parte de la materia azucarada y convirtiéndose en alcohol etílico. Esa sustancia líquida se conoce como hidromiel, tiene un color brillante y dorado,  posee una graduación de unos quince grados y, sobre todo, tiene un sabor muy similar a algunos vinos. ¿Tendrá esto algo que ver con nuestros actuales gustos?
Y así pasaron los años, los siglos y hasta algún que otro milenio, hasta la llegada de los vácceos. Pero eso será otro día…

domingo, 13 de enero de 2013

Tudela y Acontia / Acontia y Tudela

Hace unos años, allá por 1988, vió la luz el libro "Aspectos de la Historia de Tudela de Duero" que, como el inolvidable Álvaro Jarabo escribió en el prólogo de la segunda edición en 1999, pretendía servir de "punto donde poder conocer o consultar retazos de su historia".
He de decir que, al menos conmigo, funcionó. Y lo hizo porque consiguió meterme el gusanillo de la Historia de mi pueblo en el cuerpo. Una Historia que ya prometía ser extensa y rica con solo pasear por sus calles, pero que se descubre apasionante entre las líneas de este libro, gracias al enorme mérito de sus autores que fueron capaces de recopilar una importante cantidad de información y de sacar a la luz esta publicación con los modestos medios de que disponían.
Lo primero que llamó mi atención y, de paso, demostró mi ignorancia, fue el descubrimiento por mi parte de que Tudela no solo no se llamaba Tudela, sino que ni siquiera tenía su ubicación original en el lugar que ahora ocupa.
Hoy ya casi ningún tudelano ignora que el embrión de Tudela de Duero fue una ciudad váccea situada en las laderas orientadas al norte de la Mambla Menor y de la Cuchilla. Su nombre era ACCONTIA y, lejos de ser un caso excepcional, fue un ejemplo del modo de vida de este pueblo en la Meseta Norte. Así se puede comprobar en casos similares de las actuales localidades de Cuéllar (Calenda), Coca (Cauca) o Toro (Arbucala).
Me he decidido a abrir este blog para ayudarme a mi mismo a ordenar la gran cantidad de datos y de curiosidades que afloran simplemente con echar un vistazo atrás, a la Historia de nuestro pueblo. Prueba de ello es que, en solo los cuatro párrafos anteriores, aparecen hilos de los que tirar sobre: personalidades del pueblo, acontecimientos históricos, geografía o toponimia.
Mi objetivo es hablar un poco de todo ello y, con la ayuda de quien quiera hacer este viaje conmigo, aprender, disfrutar y, si es posible, contribuir a extender ese gusanillo por nuestra Historia.
Y, como lo que vivimos es el presente, hablaremos también de la actualidad de nuestro pueblo, de Tudela de Duero, de la vieja Accontia.